La era de la transparencia y la política
Vivimos en la era en la que las acciones, los mensajes y los pensamientos, no sólo de la clase política, sino de todas las instituciones y empresas; se ven sometidas a un profundo y riguroso examen por parte de los medios de comunicación y la opinión pública.
Para un político, la coherencia de sus palabras con sus acciones son la base de la credibilidad. Generará confianza en los ciudadanos y, por tanto una imagen o reputación que será su percepción pública entre los que después se convertirán en votantes.
Ciertamente, Hesíodo, considerado el primer filósofo griego, ya decía que “una mala reputación es una carga, ligera de levantar, pesada de llevar y difícil de descargar”; lo que traducido a las palabras más explicitas de Warren Buffet significa que «se necesitan 20 años para construir una reputación y 5 minutos para arruinarla».
En relación con este asunto, la consultora Thinking Heads presenta el estudio «El impacto de la reputación de los líderes políticos en la intención de voto en España«. La fragmentación y reordenamiento del sistema de partidos; la polarización del discurso político, el peso de las emociones en una política que cada vez parece discurrir por cauces menos racionales.
Todo ello en un contexto de volatilidad electoral, provocan que no dispongamos de certidumbres y la política se haya convertido en un elemento vaporoso. Si además, le añadimos los ingredientes como: mala imagen de sus actores, ausencia de credibilidad, desconfianza y dudas sobre su capacidad de gestión; estaremos abonando un caldo de cultivo de insospechadas consecuencias.
Por ese motivo es importante introducir en el debate público el concepto de reputación del líder político. La metodología utilizada en el mencionado estudio se basa en que la percepción es una emoción.
Pero una emoción que se construye sobre pilares racionales. Entre ellos encontramos el liderazgo (entendido como la capacidad para inspirar y con una visión clara de futuro); la competencia (capacidad para gestionar políticas y alcanzar consensos); los valores humanos (interés por los problemas de las personas) y la integridad (que sea fiable, que cumpla lo que promete y que no se aproveche indebidamente de su posición). Y, todos unidos, constituyen el principio emocional de la reputación: credibilidad, respeto, confianza y admiración.