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¿Las redes sociales polarizan la sociedad?

Muchos de los análisis sobre el fenómeno de las redes sociales insisten que las personas que las utilizan sólo leen; por efecto de los algoritmos, aquellas cosas con las que están de acuerdo o a aquellas personas que piensan igual. Como si fueran feligreses de una misma parroquia.

En las redes sociales no hay matices. Funcionan con una lógica binaria: blanco o negro, esto o aquello, estás conmigo o en mi contra. ¿Es esto un fenómeno nuevo? Obviamente no. Si miramos la historia siempre hubo movimientos que se enfrentaban. Había que estar de un lado o del otro.

Vemos como se construyen certidumbres que determinan una identidad imaginaria (referencias por ejemplo a las tradiciones, a la historia), una armadura, una forma de ser y, por tanto, todo aquello que lo ponga en cuestión es percibido como una amenaza: ser de izquierda o de derecha, ateo o religioso, feminista o machista, nos muestran que cuando alguien duda o matiza es percibido como un tibio y se lo excluye.

Es el grupo el que establece esta lógica. Para pertenecer a él se ha de elegir de que lado se está. Los otros (el Otro) con su mirada, exigen una toma de posición. De manera que para sostener esa posición las personas se han de situar en el lugar de la creencia que, en definitiva, remite a las certezas: “Lo correcto es hacer lo que me digan que haga”. Se cede una parte de la autonomía personal, a cambio de pertenecer al grupo. ¿De qué se trata en lo que cedemos? ¿Qué consecuencias tiene en nuestra vida?

En una época marcada por la incertidumbre (trabajo, familia, lugar de residencia, etc.), el identificarnos con una causa nos da tranquilidad. Ciertamente es muy parecido a la función que cumple la religión. La creencia en un Dios nos da respuestas, trata la angustia de la existencia y cualquier pregunta sobre la muerte. Parafraseando a Descartes que decía “pienso, luego existo” hoy se podría decir “creo, luego existo”.

Ser parte de un grupo en una red social no supone excluir nuestro pensamiento, ni dejar de tener voz propia, ni necesariamente volverse un creyente de todo lo que consumimos. Dudar acerca de ciertas cuestiones, permitirnos ciertas descreencias, escucharnos más. En definitiva, preguntarnos si queremos lo que deseamos nos vuelve más humanos.